Hace un millón de años (1966)
título original: One Million Years B.C.
director: Don Chaffey
actores: Raquel Welch, John Richardson
Efectos especiales y dinosaurios varios cortesía del gran Ray Harryhausen
Sinopsis (corta):
Tras una violenta discusión sobre temas fundamentales –un trozo de carne, una morenaza de ojos verdes…– un ejemplar macho es expulsado de su asociación cavernícola por el ayudante del macho Alfa, que anda ya próximo a la omega. Así nuestro protagonista –de aquí en adelante Macho M– inicia un periplo por paisajes desérticos y primitivos infectados de monstruos terribles hasta llegar a orillas del mar, donde se encontrará con otra tribu más evolucionada aparentemente que la suya. Macho M será amablemente recibido por sus nuevos amigos, especialmente por las hembras de éstos, y muy especialmente por una a la que llamaremos Hembra Doble B.
Sinopsis (larga):
Para conocer de primera mano los acontecimientos (pre)históricos no hay mejor método que dar la palabra a sus protagonistas: es verdad que no es precisamente la palabra lo que más abunda en esta película, pero los seres humanos nunca han necesitado para comunicarse entre sí otra cosa que un par de gruñidos y unas hostiasbiendás, complementadas si acaso por unos gemiditos y unas carantoñas preliminares. Sólo con eso puede conformarse un drama tanto o más complejo que los de Eurípides o que cualquier teleserie con águilas de colores, y sin necesidad de subtítulos: lo que se le pasa por la cabeza a la Hembra Doble B salta a la vista sin necesidad de palabra alguna, y si no vemos también lo que se le pasa por el resto del cuerpo es de milagro, ya que si esta película recortó presupuesto eliminando los diálogos mucho más recortó en vestuario. Por otro lado la evolución no es homogénea, como si una misma isócrona vinculara a la vez todos los lugares y todos los individuos, sino que en un mismo momento conviven estados evolutivos diferentes. Por eso en el clan original del protagonista se mezclan individuos cuyas mandíbulas prominentes y arcos supraciliares denuncian su proximidad con el australopiteco entre otros (otras) cuya piel tersa y bronceada desvela un vínculo más próximo a la EpiLady. Tal vez eso explique también cómo Macho M, un perfecto homínido de su tiempo, en lo que dura su paseo solitario sale de la era antediluviana para integrarse en la primera colonia de alemanes de las Islas Canarias (aunque no hay que descartar que realmente éstos llevaran allí desde tiempos prehistóricos). Pues la película está efectivamente rodada en Tenerife, y bien que luce el Teide en varias de las escenas. Las catástrofes sismológicas del final, además de ser preludio de los sucesos de El Hierro y del Bicho de los Realejos, están mejor filmadas que las de los Últimos Días de Pompeya (ya se comentará): no en vano es una producción de la británica (por entonces un país europeo) Hammer, especializada en cine de terror, catástrofes y monstruos diversos… y en las insustituibles hammerettes, prototipo de la mujer joven y atractiva, de cabellera espectacular y pocas líneas de diálogo, con tendencia a enganchar su leve vestido en unas zarzas o a ducharse mientras el asesino anda suelto, que tanto éxito tendrá en los antedichos géneros hasta nuestros días. Por eso la película, además de muy entretenida, es vehículo de lucimiento de Raquel Welch, que verdaderamente, gracias a un vestuario posiblemente también anacrónico (el biquini no se inventa –¿se descubre? – hasta 1946) se luce casi hasta lo ginecológico; y como adecuado acompañamiento contó con un reparto de altura reclutado entre las mejores criaturas de Harryhaussen, tan encantadoras y eficaces como siempre. Y discutir de nuevo sobre la coexistencia de seres humanos y dinosauros está de más, ya que cualquier película en la que sólo aparezca una de las especies será siempre muy aburrida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¿Para qué conformarse con 14.000 años si podemos saber cómo se lo montaban hace un millón?
ResponderEliminar