Cuando los mundos chocan (1951)
título original: When Worlds Collide
director: Rudolph Maté
actores: Richard Derr, Barbara Rush, Larry Keating, Sandro Giglio
Sinopsis (corta):
El fin del mundo está cerca: un planeta extraterrestre está a punto de colisionar con la Tierra. ¡Arrepentíos!
Sinopsis (larga):
Un guionista aparentemente normal se ve impelido, no se sabe si bajo algún tipo de coacción físico-psicológica o bajo los perniciosos efectos de una substancia psicotrópica indeterminada, a actuar como portavoz de una de las múltiples sectas milenaristas que proclaman la muy próxima destrucción del planeta (no me refiero ni al Banco de España ni a la Agencia Mudis); a la consecuente mortandad escaparán solamente aquellos que ante su revelado aviso sacrifiquen a la secta en cuestión su voluntad, su cuerpo y su hacienda. Nos enteramos así (por si acaso los carteles que periódicamente pueden verse en nuestras calles alertándonos de la amenaza de Hercólubus no nos lo han dejado ya meridianamente claro) de que un planeta vaga por el espacio con la muy poco loable intención de acercase lo suficiente a la Tierra como para provocar en ella cataclismos diversos: terremotos, tsunamis, alteraciones orbitales, un negro en la Casa Blanca... y demás hecatombes incompatibles con la vida occidental. Por si fuera poco la estrella que acompaña al planeta errante se estampará directamente con el nuestro unos días después, sin tiempo siquiera para efectuar los recortes necesarios que nos sacarían de la crisis. Pero existe la salvación, al alcance de todos aquellos que crean en el mensaje revelado y se decidan a abandonar sus bienes a favor de la construcción de una nave espacial que trasladará lo mejor de la civilización terrestre hasta el planeta asesino para colonizarlo. Los elegidos (no basta sólo con creer en la profecía, además hay que ser listo, joven, guapo y temeroso de dios, o, en su defecto, millonario) son recluidos en un híper-campamento de trabajo cuya primera regla es la separación entre los sexos (los dos ortodoxamente definidos por la madre naturaleza y la gracia de dios), posiblemente con vistas a una consecuente planificación posterior de los cruces reproductivos que favorezca la creación de una raza más fuerte (rubia a ser posible). Esto no es obstáculo para el alistamiento entre ellos del héroe de la película, un audaz piloto de aviones sudafricano con escozores genitales tan evidentes como su poco seso, cuya máxima ambición a partir del minuto 15 de la misma es introducir unos diecisiete centímetros de su cuerpo dentro del organismo de la otra protagonista, la hija del doctor-profeta encargado de difundir la nueva por el mundo. Naturalmente los gobiernos del mundo ignoran la advertencia; en la ONU (ya por aquel entonces vagos, ineficaces y culpables de todo: ¿qué necesidad hay de hablar y discutir si si tiene la razón -y las armas-?) se ridiculiza el anuncio del buen doctor por parte de un cejijunto delegado, merecidamente parecido a cualquier representante consular soviético de la época. Pero los problemas no arredran a nuestros santos héroes, que se esfuerzan en construir la nave interplanetaria que será un nuevo arca de Noé (con la forma que toda nave interplanetaria que quiera parecerse a una nave interplanetaria ha de tener en las películas y tebeos donde las naves interplanetarias tienen forma de naves interplanetarias) y una rampa de lanzamiento tan parecida a una instalación del Parque de Atracciones que hace pensar si acaso también el resto de las predicciones que se detallan en la película no serán también acertadas. Al fin y al cabo la película se abre y se cierra con la biblia, así que todo lo que se diga entre medias ha de ser verdad, ¿no?.
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