Los Duelistas (1977)

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director: Ridley Scott
basada en un relato de Joseph Conrad
con Harvey Keitel, Keith Carradine, Diana Quick


Sinopsis:

D’Hubert es teniente del 7º Regimiento de Húsares del Ejército de Napoleón. Sus modales son exquisitos, denotando buena educación y desenvoltura en sociedad; es apuesto, distinguido, celoso del aspecto viril que le presta un uniforme que es parte de sí mismo; en combate se muestra inteligente y disciplinado, y el respeto que siente por los ideales que defiende presta un soporte moral a su valor que nunca poseerá el soldado mercenario. Ninguna de estas características

le distingue realmente del resto de la oficialidad de las tropas que en 1800 extienden sobre Europa la bandera de Francia para pavor del resto de los monarcas, que temen la expansión de las ideas revolucionarias ― antes de que su adalid se ha autocorone emperador, deslegitimando así de raíz cualquier ideal igualitario― y que entre el pueblo cunda la idea de que el poder puede ser conquistado, que el trono no se halla indisolublemente ligado a una sangre y una casta, sino al alcance de aquél lo suficientemente audaz para hacerse con él. Igual a D’Hubert es el teniente Feraud; más vehemente tal vez, impetuoso y presto a acalorarse: puede que ello no sea sino consecuencia de un origen humilde que le obligó a ganarse con osadía y esfuerzo un lugar que otros ocupan simplemente por derecho de cuna. Defiende la Revolución y al emperador que la representa a sabiendas de que sin su advenimiento nunca el hijo de un zapatero hubiera llegado a oficial en ejército alguno. Ambos son militares orgullosos, su honor, del que hacen cimiento para el honor del ejército entero y de su regimiento en particular, es muy sensible y cualquier malentendido nimio puede convertirse en una afrenta que sólo con sangre puede resolverse. Ocurre en Estrasburgo. El motivo no queda claro: tal vez ninguno de ellos pueda definirlo con claridad, o tal vez de poder hacerlo sientan que su puerilidad les pondría en un ridículo más dañino para su honor que su defensa irracional. Los dos tenientes se baten en un duelo a espada que queda inconcluso pues ninguno puede cobrarse la vida de su adversario. A partir de ahí su enfrentamiento se prolongará durante años, extendiéndose por los frentes de toda Europa según se van desplazando los ejércitos de Francia, desde la victoria en Austerlitz a la debacle del Gran Ejército en Rusia. Incluso desterrado Napoleón y restaurados los Borbones en el trono de Francia el enfrentamiento entre ambos continuará, despojado de toda épica militar y convertido en una rivalidad abstracta.

Del mismo modo que el honor es el envoltorio visible de un combate más profundo, esquivo, que se remite a una rivalidad fundamental e íntima entre dos personalidades, inextinguible hasta alcanzar un carácter casi mitológico, así el preciosismo de las imágenes (bueno: a lo mejor el abuso de los filtros en algunas escenas, especialmente en los lujuriosos paisajes, ha quedado un poco anticuado) es el soporte de una historia que puede ser perfectamente ―aunque injustamente― tachada de pueril sin menoscabo de su calidad, pues la fuerza audiovisual de la película justifica sobradamente su contemplación. Pero el tratamiento esquemático de la historia es voluntario, en tanto es una fiel traslación de un relato de Joseph Conrad, ambiguo e inquietante en el retrato interior de los protagonistas pero preciso en la caracterización social e histórica. Incluso la película mejora al original literario en lo que se separa de él, como la introducción del personaje de Laura, la prostituta que sigue a las tropas, que sirve para mostrar al espectador el lugar en el que la sociedad de la época colocaba a la mujer y al matrimonio. (Época que, en lo que a eso respecta, no nos queda tan lejana).